"Haz lo que te dé la real gana, pero que te haga feliz"

viernes, 28 de noviembre de 2014

Llegada a Viena

Y esta aventura por Viena continúa tal que así...

Si me remonto al principio de los tiempos, en el avión Madrid-Viena había una mujer que tenía la voz de pito más aguda que jamás he escuchado en mi vida y que me impidió llevar a cabo mi misión en los últimos vuelos: drogarme nada más sentarme en mi asiento (con mi cinturón superseguro abrochado, of course) y despertarme en la ciudad de destino sin saber muy bien dónde estaba. Esta mujer cambió mi misión del viaje y lo único que quería era tirarla un cojín a la cabeza ( si es que tuviera alguno a mano. Siempre que viajo en avión me arrepiento de llevar tanta ropa y no llevar un cojín o una almohada...Vale, la próxima será la definitiva: llevaré cojín).

Y como no podía dormir, a diferencia de este chaval,

me dediqué a observar a la gente y me pareció vislumbrar un libro de gramática alemana... y ataqué. Y así es como conocí a dos chicos que también hacían escala en Bruselas y que cogían un tren en el aeropuerto de Viena para ir al centro igual que yo: no estaba tan perdida y sabría llegar al menos a una estación y allí preguntaría dónde estaba el hostal:

Y uno de estos chicos tan simpáticos, ya me advirtió en el tren camino del centro, que era muy difícil encontrar piso en Viena y me contó que él estuvo durmiendo en el sofá de una amiga dos meses hasta encontrar una habitación decente. Me deseó suerte y me dio una palmadita en la espalda. Y yo me reí pensando: "¡Qué exagerada es la gente! Sonríe y asiente Samantha". 

Pues sólo pasaron diez minutos desde esa palmadita en la espalda cuando el dueño de un piso que iba a ver al día siguiente me llamó y me dijo en un alemán muy cerrado, que ya tenía alguien para la habitación por lo que ya no estaba disponible.

No quise desanimarme, me puse una sonrisa y llegué sola a la parada que se suponía estaba cerca del hostal. Como no tenía internet (te das cuenta de lo que lo utilizas en estos momentos de necesidad de Google Maps) pregunté si alguien podía indicarme dónde narices estaba. Según el mapa de la pareja griega que me ayudó, sólo estaba a 10 minutos, pero con mi maleta de 25 kilos, mi equipaje de mano de 80 y mi abrigo de invierno de 100 kilos (sin exagerar) tardé exactamente... cien años en llegar al hostal.

Y así acaba este capítulo. Prometo no tardar tanto en el próximo episodio.

:)


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